viernes, 22 de abril de 2011

LAS MMULAS ALGUNAS VECES. Un cuento del Tata Herrera.

Foto de: lamiradaperdida.wordpress.com/2008/11/25/indio-anciano/
  

    Los perros lo acosaban. Lo perseguían una cuadra. Cuando llegaba a una esquina, eran relevados por otra jauría hasta la esquina siguiente. Cuando vio el asfalto, se detuvo sorprendido. Su inmovilidad desconcertó a los perros que se retiraron. Sólo los casches1, con su inagotable gana de joder, seguían ladrando. Cuando al cabo de un momento decidió transitar la calle asfaltada, sus perseguidores fueron disminuyendo hasta hacerse ocasionales. Era un venerable anciano. Acaso hubiese sido un moro claro; ahora, encanecido, era casi tordillo. Tenía los ojos tristes, ahondados en tristeza por esas ojeras negras, propias de los caballos viejos de pelaje claro. En su plenitud, debió ser imponente. Cuando algo lo conmovía erguía el pescuezo, henchía los ollares, cobrando una majestad elocuente. El sargento Genaro, cuando lo vio marchar hacia el centro del pueblo, decidió arrearlo hacia las afueras espantándolo con su gorra, pero el Tordillo lo encaró con decisión y agilidad sorprendentes, haciéndole perder la gorra. Los changuitos, que habían dejado sus juegos para observar este infrecuente espectáculo, se burlaron del sargento. Éste recogió la gorra, la sacudió contra una pierna para quitarle el polvo, y marchó hacia el Corralón Municipal a dar aviso de la incursión del caballo, que, seguro, en cualquier momento pastaría en la plaza.
El Tordillo avanzaba más seguro. Bordeó la plaza, y giró hacia el este por la Calle Larga. Luego de unas cuadras, se detuvo ante el antiguo portón de una panadería, y esperó un largo rato. El portón fue abierto para dar paso a un camión que egresaba. Ni bien éste salió, el Tordillo se introdujo al trote en el patio, y se dirigió hacia un galpón que había sido caballeriza. El hombre que había abierto el portón trató de expulsarlo, pero el caballo se limitó a poner las orejas gachas y darle el anca, amenazándolo con una coz. El hombre -un peón de patio- convocó a los obreros de la panadería. Éstos, contentos por abandonar aunque fuera por un momento la rutina, surgieron agitando polvorosas bolsas harineras. Cuando se abrían en abanico para espantar al intruso, los gritos de Don Ramoncito Yapura -el maestro panadero- los contuvo. El viejo colla salió de la cuadra quitándose el delantal de lienzo y gritando:
-¡Dejen tranquilo a ese caballo! ¡Güelvan al trabajo, carajo!
Desencantados porque la diversión se les esfumó, los jóvenes regresaron a la cuadra. Yapura marchó con decisión hacia el Tordillo, emitiendo chitos amistosos. Giró lentamente alrededor de él, para aproximársele con baqueana cautela hasta acariciarle el cogote, el lomo, la frente. Finalmente, ante la sorpresa del peón de patio, abrazó largamente la cabeza del recién llegado. Don Ramoncito llamó al hombre.
-Tomá; andáte hasta lo del turco. Compráme unas diez brazadas de soga, y un fardo de alfalfa.
Mientras el peón se retiraba, pudo escuchar que el colla le hablaba tiernamente al Tordillo.
Alta la noche, cuando parvas de dorado pan colmaban mesas y canastos, Don Ramoncito fue en busca del caballo y marcharon a la par, como viejos amigos. A la mañana siguiente, Yapura hablaba con su mujer:
-Miejcha, Adalcira... ¿Cuántos años han pasao... seis... siete, desde la noche de la niña Anita, mi mimosa?
Atado a un chañarcito del patio, el Tordillo duerme echado con la cabeza reposada sobre un fardo. Yapura sospecha que se repone de un cansancio enorme. Prosigue:
-Mujier, endespertá los changos. Deciles que revisen bien el cerco. Si encuentran un portillo, que lo cierren. Quiero que el "Tordito" (diminutivo con el que casi siempre nombra al caballo) ande suelto, tránquilo, hasta que le llegue la hora. Yo me'i dir a la polecía, mujier. Les diré...
Su voz se pierde cuando marcha con el paso tardo, los pies robustos como adoquines, eternamente calzados con ushutas2. Antes de ingresar a la policía se acuclilla un rato, pensando.
-Unos güenos días...
-Buen día, Don Ramoncito -responde el sargento, mate en mano.
-Quiero parlamentar con el comesario.
-Temprano por demás ha venío, Don Yapura. El jefe cae a eso de las once.
-Entón, aguaitaré.
-Si quiere hacer alguna exposición, metalé. Yo estoy de oficial de guardia.
-No. Gracias. Aguaitaré.
Se acuclilla en un rincón, pensando. Pensando. Se le vuela el tiempo sin sentirlo, hasta que alguien le toca el hombro. Las sombras de los jacarandáes de la plaza vecina ya se cobijan bajo cada árbol.
-Unos güenos días, señor comesario. Hi venío pa que me agarre una denuncia.
-¿Qué denuncia, Ramoncito? -inquiere sonriendo el milico, y agrega:
-Vos sos uno de los pocos en este pueblo de locos, que no me dá trabajo.
-Vengo a que me agarre la misma denuncia que l'hice hace algunos añitos.
-¿Cómo? Dejáte de joder, Yapura. No me vengas con esto de resucitar denuncias añejas.
-Yo vengo a denunciarle, señor, que ha güelto el Tordillo.
El comisario se respalda, contempla las vigas centenarias del artesonado. Algo lo incomoda en la actitud del colla.
-Nada me acuerdo, Ramoncito, de que haigas denunciado la pérdida de un caballo.
-Hi venío a decirle señor, que ha güelto el Tordillo. El Tordillo de la niña Anita.
Recién ahora Yapura levanta la vista, enfrentando los ojos del comisario.
-Mirá, Yapura. Eso pasó hace ya demasiado tiempo. No sé qué interés de mierda podís tener en esas cosas. Locuras de ricos. De niños bien. Dejáte de joder.
-Con este brazo quebrao, le dije que yo golvería. Ya vé, golvió el Tordillo. El Tordillo de la Niña Anita... -dice poniéndose de pie.
-Bueno, che. Mañana mandaré a buscar el caballo.
Ramoncito gira como felino.
-Eso no, comesario. El Tordillo es mío. Por ahora, es mío... No quedrá cargar usté con otro muerto, porque en de ya le digo: al Tordillo me lo sacan sólo muerto.
Impresiona al comisario la convicción de Yapura. Esa convicción que parece nacerle desde los talones.
De regreso en su casa, Yapura convoca a sus hijos:
-Atiendanmé bien hijitos. El Tordito, es como alguien más de la familia. Ansí deben tratarlo. Ni bien caiga la oración, me lo traen pa soguiarlo aquí, bien cerca las casas. Pueden haber interesaos en que el flete se pierda otra vez. Ni bien lo soguíen, larguenló al Comedido. (Un perrazo barcino que dormita cerca, levanta la cabeza como adivinando que a él se refirieron.)
Transcurridos algunos días, Ramoncito visita nuevamente la policía. El Comisario lo atiende enseguida.
-Vos dirás, Ramoncito.
-Por el caballo i'venío.
-(Ríe el comisario.) ¿Has visto lo caro que resulta mantener un matungo a pesebre?
-Si, señor. Yo i'venío pa pedirle que usté me dé un certificao de que el Tordillo a güelto.
-¡Puta, che! Y yo que pensaba que venías a pedir la escupidera... A pedirme que traigamos al matungo pa darle pase a mejor vida.
-Ya vé, señor. A eso i'venío.
El comisario se echa la gorra hacia atrás, y estalla:
-¿Te creís indio de mierda, que la policía está para esas pendejerías? ¿Te has pensao colla de mierda que soy güevón? ¡Sargento! ¡Saquemeló a este pelotudo afuera!
Es de pura piedra el brazo que el sargento oprime. Cuando el sargento regresa, el comisario agrega:
-Que dé gracias que mi mujer es loca por las tortillas que hace el colla. De no, ya mismo lo metía en el calabozo.
Acuclillado en la vereda, Yapura piensa. Piensa. Luego de largo meditar, encamina sus pasos hacia el Juzgado de Paz. El juez de paz es su compadre, padrino de bautismo y de óleos del shulko3 de Yapura.
-¡Cumpa Ramoncito! -exclama el juez de paz en cuanto lo ve.
-Güen día compagrito, con la bendición de Dios.
-¿En qué travesuras anda compadre, que ya lo vi pasar dos veces para el centro?
-No'i venío a verlo como compagre, si no como juez.
-Lo único que faltaba... Usted metido en pleitos.
-No son pleitos, compagre. Quiero que me agarre una denuncia.
-Hable, nomás.
-No aquí. En su ofecina. ¿En sus libros queda todo registrao... pa siempre?
-Sí, Ramón. Para siempre
Ramón Yapura expone:
-Yo, Ramón Yapura, natural de San Ramón, en de hace años avecindao aquí en Belén, vengo a denunciar que hace como una luna, llegó de güelta el Tordillo. Se metió en el patio de la panadería, se plantó delante la caballeriza que fuera, y ái yo me lo llevé pa casa. (Tras los lentes, el juez mira con creciente curiosidad a su compadre.) Vengo a decir que el Tordillo es el mesmo, pero mucho más viejo, que el caballo que se robaron los milicos uniformaos y desuniformaos, cuando asaltaron la casa de mi patroncito, Don Indalecio Escobar, que en paz descanse, llevándose a la juerza y arrastrandolá de las mechas4 a la niña Anita Escobar, a quien nunca más golvimos a ver. (La pluma del juez rasguña como un insecto el papel.) Que a causa del robo de la Niña, mis patroncitos murieron al año cabal de la pura pena. Que yo i'sío testigo de los hechos. Que se robaron además al Tordillo, sillero de "la niña. Que cuando salí en defensa de la niña me cagaron a culatazos y me quebraron este brazo, que me arregló endespués Doña Edelmira Segura, la componedora. Que el caballo, por ausencia de su dueña verdadera por ahora es mío, porque él, pobrecito, ya viejo, me ha elegío a mí pa dueño, y que Dios me lo demande si no lo cuido como a un hijo. El caballo es el mesmo, porque del lao de montar tiene la marca de mi finao patrón, aunque del otro lao lo haigan marcao con los puros números, como a caballo patrio. Que agora, como hace ocho años, en la comesaría de este pueblo no me quisieron agarrar esta denuncia, que hoy sí me la agarra mi compadre Don Estratón Segura, juez de paz, y que Dios me lo bendiga.
Tras el parrafazo de Yapura, el juez busca dos copitas azules, una botella de aguardiente. Brindan los compadres.
-Bueno, aquí queda registrada su denuncia, para lo que haga falta. ¿Qué piensa hacer ahora?
-No sé, compagrito. Entuavía no sé... Por algo Tata Dios me haberá mandao al Tordito... Por algo se empieza a desenriedar un ovillo.
Ya se marcha el viejo colla, sombrero en mano. Desde la puerta grita:
-Le'i de mandar una cabrilla con su ahijao... Y nu'es pa pagar el favor, que los favores no se pagan. Se la mando porque se me canta.      
 Nicandro, el shulko de los Yapura, lee cada media mañana el diario a su padre. Nadie se explica esta reciente afición del obrero. Cuando Ramoncito se levanta de la siesta a matear, el Tordillo lo espera en la tranquera. El Viejo va en busca de algarrobas a la troje, y vierte unos puñados en una tipa. Deposita, luego, las algarrobas muy cerca suyo, sobre una esterita de totora. Alguno de sus changos franquea la entrada al caballo. Se sucede un juego que todos contemplan divertidos: el Tordillo trota en círculos cada vez más apretados alrededor de Yapura. Éste permanece inmutable, hasta que dice: "Dale, Tordito, cométe las algarrobas... de nó, te las como yo..." Cuando Yapura amenaza tomar las algarrobas, el caballo se detiene, empuja con su hocico la espalda, el hombro del viejo, hasta hacerlo trastabillar. Recién entonces devora las algarrobas goloso como un niño.
Cuando Ramoncito regresa a su rancho, el Tordillo se queda haciendo guardia al lado de la silla de matear del anciano, y hasta que éste no le dice "Dale, Tordito, golvete pal cerco", el caballo no abandona el lugar.        
Un día de esos, Yapura da un respingo cuando Nicandro lee cierta noticia. Solicita que el niño repita la lectura, y luego le ordena que la recorte. Al día siguiente levantó una baldosa y extrajo una bolsita embetunada que contenía algunas pepitas de oro, y marchó a venderlas en casa del orfebre. Desde entonces arrecian los preparativos. El Tata marchará a la ciudad capital en compaña de Leoncio, el mayor de los muchachos "porque ha'i ser mas avisao pa estos negocios", según criterio del padre, porque Leoncio cumplió el servicio militar en la ciudad capital. Por único equipaje llevan los Yapura dos grandes y coloridas alforjas, industria de telares belichos5.
Cuando llegan a destino, se anotician que la Comisión viajó a Tucumán. A Tucumán siguieron. Tres días "se hospedaron" en una plaza, hasta que los atendieron. Los recibe una joven abogada, quien no puede ocultar su cansancio:
-Si señor. Esta es la Comisión que busca. Si es su voluntad, le grabaré lo que quiera decirnos. Luego lo pasaremos a máquina para que lo firme.
-¿Y eso cómo es?
-En este aparatito guardaremos sus palabras. Cada vez que las necesitemos, las sacaremos de allí. (Acciona unas teclas.) Comience a hablar, nomás.
-Yo, Ramón Yapura, natural de San Ramón... -la muchacha le hace señas que se detenga. Hace retroceder la cinta, y Yapura escucha su voz, como si hablara por radio.
-¿Así que ese soy yo?
-¿Quién más sería? -responde la abogada divertida.
-¡Mierda que había sabío ser paisano pa'hablar! -exclama Ramoncito, y comienza a confesarse con el grabador. La abogada escucha el testimonio, impresionada por la credibilidad y el realismo conque el colla expone los hechos. Aprovechando una pausa para acondicionar el grabador, comenta:
-Va a ser muy útil su testimonio, señor Yapura. Sabemos que hubo más secuestros y robos en la villa, pero aún la gente no se anima a declarar.
Yapura se da cuenta que la muchacha pugna por vencer el cansancio, entonces le propone:
-Si es de su voluntar, dotora, mañana le sigo, no sin antes contarle que hace un tiempito, regresó solito, ¡vaya saber desde ande!, el caballo de la niña Anita Escobar, mi mimosa. Dende guagüita la llevaba a jugar en casa... La niña parecía una uvita rubia, entre las uvas morenas de mis hijos. Como le decía, se devolvió el Tordillo. Misma marca del lao de montar, y unos numerazos del lao del lazo, que aquí le traigo anotaos. Con los puros números lo remarcaron esos lagrones.
Al día siguiente, son tres los miembros de la comisión que escuchan a Yapura:
-Anoche, mientras esperaba el sueño acostao en el pastito de la plaza, mi'acordé dotora, que me hábia olvidao de contarle que cuando me dejaron tirao en la vereda -antes hábia dejao yo dos antarka6 escupiendo los dientes- el que mandaba, y que nuembraban comandante Dardo, les mingó7 a los otros milicos que me ajusilaran. El tal Dardo salió echando putas con su camioncito por la Calle Larga, llevandosé a la niña Anita con la boca atada pa que no espante el barrio. Los chinos, cuando pudieron cargar el Tordillo, conviersaban. Me metieron dos escupetazos lao la cabeza, pero sin intención de matarme. Entuavía están las marcas en las piedras lajas.
Calla un momento buceando en su memoria para no dejar nada olvidado.
-Hasta aquí, lo que vi con mis propios ojos, lo que escuché con mis propios oídos... Lo demás, me lo contó el Tordillo.
La abogada detiene el grabador.
-Perdón, Don Yapura. ¿Dice usted que el resto de su testimonio lo hará por lo que le contó un caballo?
-No cualquier caballo, dotora. El Tordillo.
Se produce un silencio largo. Interviene otro miembro de la Comisión.
-¿Afirma usted, señor Yapura que habla con los animales?  
Cuando formula la pregunta, mira a Leoncio. Éste interviene por primera vez:
-El Tata sabe conviersar con los animales. Con algunos. Esto sí: conviersa muy de cuando en cuando.
Participa el miembro restante:
-Lo del caballo, a efectos de la denuncia, es inviable... no es posible. Arruinaría todo lo anterior, que es valioso. No podemos, Don Yapura, poner que el caballo es su informante.
Interviene la abogada.
-Si usted nos autoriza, vamos a dejar, a consignar, solamente lo que usted vio.
Ramoncito traga saliva. Le hierve la cabeza. ¿Cómo no haber pensado antes que estos puebleros no le creerían al Tordillo?
-Mire niña. Ya estoy viejo, y si algo tengo es no ser macaniador. Un ejemplo: ¿cómo puedo yo saber lo que platicaban los soldaos cuando iban en el camión? Porque me lo contó el Tordillo. Los milicos alumbraban con sus linternas las cosas que hábian robao. Se cagaron a trompadas pa quedarse con la escupeta que mi patroncito, Don Indalecio, trajo de Las Uropas. ¿Cómo podería yo, dotores, saber lo que esos junigransietes conviersaban cuando se detuvieron en Londres8?
El colla observa que el grabador sigue detenido.
-Porque el Tordillo me lo contó. Diz que hablaban pestes del comandante Dardo, porque les hábia prohibío que se pordelantiaran9 las prisioneras... Así, con perdón de la palabra se espresaban.
Yapura los estudia uno por uno. Se inclina a recoger la alforja que dejó en el piso, toma el sombrero de sobre el escritorio.
-Güeno, señores, yo les agradezco que se haigan amolestao en escuchar este viejo.
Los miembros de la Comisión saludan a los collas. La abogada los despide en la vereda.
-¡Les agradezco tanto que hayan venido a dar testimonio desde tan lejos! -toma unos billetes de su cartera, quiere entregárselos a Ramoncito, pero éste los rechaza.
-No dotora, gracias. Pa venir, hice plata un orito que guardaba desde chango... Lástima que no haigan créido a mi Tordito... al Tordillo. Los animalitos nunca mienten, dotora... los inocentes. Aunque algunos dicen que las mulas sí. Algunas veces.

1 casche: Perro pequeño, choco, gozque.
2 ushutas: sandalias rústicas.
3 schulko: (quichua) el hijo menor, el benjamín.
4 mechas: cabellera, el pelo.
5 belicho: oriundo de Belén, Catamarca.
6 antarka: yacer de espaldas.
7 mingó: encargó, encomendó.
8 Londres: Antigua villa del departamento Belén, Catamarca.
9 pordelantiar: Someter por la fuerza, violar