Epumer es un árbol cabalgando,
un pedazo de bosque que camina.
Hospedaba en su frente el horizonte,
y en su planta la tierra ranquelina.
En vez de bola, hacha o lanza
imponía su mano de peñasco,
para que fuera piadosa despedida
la muerte inevitable del guanaco.
Poseía la confiada mansedumbre
de grande bestia dormida.
Su furia convocaba al rayo,
y era hermano del trueno su alarido.
Llegó a sus manos en ofrenda
desde la pluvial Araucanía,
esa su lanza inacabable
como una lenta agonía.
Prodigó más cuidado a sus criaturas
que avestruz empollando la postura.
En su pecho de gigante se lindaban
el valor desbordado y la ternura.
Sus pares del desierto le enrostraban
el cuidar como propios niños huincas...
Dos niños blancos entonces levantaba
para hacerlos cabalgar en sus rodillas.
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